martes, 3 de junio de 2014

Dios me persigue.



Mis padres llegaron a Ecuador y se hicieron cristianos, específicamente se unieron a la Misión Carismática Internacional. Por influencia de la familia de mi padrastro, a todos en mi casa les invadió una fe que nunca antes habían profesado. Que si retiros espirituales en sitios lejanos. Que si rezos. Que si ayunos. Que si cultos jueves por la noche, escuela de liderazgo los viernes y culto otra vez el domingo en la mañana. Todos se apuntaron, excepto yo. Y eso que lo intentaron conmigo. Incluso a traición. Un domingo me dijeron que me lavara la cara, que me vistiera bien: que nos íbamos a desayunar a un restaurante. Pero no fuimos a un restaurante, sino a un polideportivo lleno de gente. Que parecía feliz. Que cantaba. Que levantaba los brazos y oraba y llegaba a tener verdaderos contactos con Dios. Lo que me enfadó y me obligó a coger el primer taxi a la vista para llegar a casa, ir a la piscina y ver el sol gigante detrás de las palmeras. Al fin tranquilo y relajado. Pero siguieron insistiendo tantas veces que al final me resigné y asistí a un culto. Un domingo por la mañana, claro. Con la mala noche a cuestas y el estrés de tener que viajar después a la ciudad donde estudio. A pesar de todo fui de buena voluntad y lo que me encontré me asustó tanto como la anterior vez. La misma gente extraña. Con más gente extraña controlándolos. Distribuidos de manera estratégica varias personas vestidas de blanco se aseguraban de que nadie se distrajera de lo que la pastora predicaba en el escenario. A un tipo le sonó el móvil y un controlador se acercó, le dijo algo al oído y creo que el feligrés desarmó el teléfono ahí mismo, imagino, porque la verdad me pareció muy terrorífica la escena y miré para otro lado. Los compañeros del tipo que reprendía al oído, al final de la celebración, repartieron sobres entre el público para que los llenaran con el diezmo. ¡Había gente incluso firmando cheques! Terrorífico. Nunca más me dejé arrastrar. Pero están por todas partes. En todos los lugares te encuentras gente repitiendo las mismas oraciones, las mismas frases de los DVDs con las prédicas. Citando versos, versículos, capítulos enteros de la Biblia... Mis padres me acaban de alquilar un nuevo departamento y en el piso de abajo vive una pareja cristiana. Cada vez que intento escuchar algo de música, conectando la laptop al plasma, para que suene por toda la casa y me permita bailar en cualquier habitación: mis vecinos ponen un disco de música religiosa. Baladas. Bachatas. Salsa. Rock. Pop. Música que habla de Dios, de lo grande que es y de lo que tiene preparado para nosotros. A mucho más volumen de lo que aguanta mi plasma. O del que puedo aguantar yo. Que al final me haré cristiano y pagaré mi diezmo puntualmente cada mes.