lunes, 26 de enero de 2015

Es una cuencana hermosa.



Te atrapa entre párpado y párpado, no puedes dejar de mirarla. Es guapa, dulce y perfecta. No presenta ningún rasgo físico ni en su carácter que te desagrade. Te gusta, no lo puedes negar.

No terminas de explicarte la ceguera emocional que ha impedido fijarte en Ella durante todo el tiempo que la conoces, hasta ahora. Acabas, recién, de darte cuenta de cuánto te atrae, de todos esos detalles que descubres únicos y especiales entre la multitud.

La vez caminar y admiras su cuerpo al completo: justo, preciso, sin exageración. La altura que no te impedirá —imaginas, cuando lo consigas—, besarla y amarla correctamente; y sus formas redondeadas que no se ven muy a menudo en sus coterráneas y que tampoco rayan el exceso como sucede en sus similares de la costa ecuatoriana. Es una cuencana hermosa.

Siempre supiste que era dulce y atenta, pero recién ahora caes en cuenta de todas aquellas veces que lo fue contigo de manera especial, y más, justo ahora, capta tu atención su personalidad tan encantadora. Tan cegato y estúpido eras —eres.

La amas desde ya, porque no quieres perder el tiempo que te costaría amarla.

domingo, 4 de enero de 2015

Duda, el muy desgraciado.

Duda. Cada vez que vuelve se pregunta cómo sería todo si hubiera continuado, si nunca hubiera cometido el error de llamarla para terminar todo, si definitivamente hubiera decidido amarla y dejarse amar —querer y cuidar—, y por último, hacer oficial algo que todo su entorno sospechaba, y darle la razón a la madre de ella y decepcionar a la suya con un matrimonio más que conveniente en términos sentimentales. ¡¿Cómo diablos sería todo?!

     Alguna vez la ve y muchas veces en la ciudad donde estudia, a solas en su apartamento de universitario, visita el perfil que ella tiene en FB. Le puede la nostalgia: viendo las fotos, la recuerda tan perfecta como era —desnuda, paseando por la casa que tenían sus padres en una buena urbanización—. Y una vez que tan solo un recuerdo llega a su mente, llegan todos. La lectura insomne que le dedicaba con su dicción terrible. Las escapadas a la playa y a los campos que rodean la ciudad. Los mensajes de texto, las notas y los pequeños regalos que su secretaria llevaba y traía. El más mínimo detalle que la hacía —y la hace— única e irrepetible, en cuanto a historia.

    Duda. No sabe si todavía, después de tres años, tiene el derecho de buscarla y volverle a decir, porque es verdad, que nadie lo cuida como lo hacía ella, que los días más tristes aún le hacen bien las palabras que guarda en la bandeja de entrada. Duda, el muy desgraciado.