Te atrapa entre
párpado y párpado, no puedes dejar de mirarla. Es guapa, dulce y perfecta. No
presenta ningún rasgo físico ni en su carácter que te desagrade. Te gusta, no
lo puedes negar.
No terminas de explicarte la ceguera emocional que ha impedido fijarte
en Ella durante todo el tiempo que la conoces, hasta ahora. Acabas, recién, de
darte cuenta de cuánto te atrae, de todos esos detalles que descubres únicos y
especiales entre la multitud.
La vez caminar y admiras su cuerpo al completo: justo, preciso, sin
exageración. La altura que no te impedirá —imaginas, cuando lo consigas—,
besarla y amarla correctamente; y sus formas redondeadas que no se ven muy a
menudo en sus coterráneas y que tampoco rayan el exceso como sucede en sus
similares de la costa ecuatoriana. Es una cuencana hermosa.
Siempre supiste que era dulce y atenta, pero recién ahora caes en cuenta
de todas aquellas veces que lo fue contigo de manera especial, y más, justo
ahora, capta tu atención su personalidad tan encantadora. Tan cegato y estúpido eras —eres.
La amas desde ya, porque no quieres perder el tiempo que te costaría
amarla.