Duda. Cada vez que vuelve se pregunta cómo sería todo si hubiera continuado, si nunca hubiera cometido el error de llamarla para terminar todo, si definitivamente hubiera decidido amarla y dejarse amar —querer y cuidar—, y por último, hacer oficial algo que todo su entorno sospechaba, y darle la razón a la madre de ella y decepcionar a la suya con un matrimonio más que conveniente en términos sentimentales. ¡¿Cómo diablos sería todo?!
Alguna vez la ve y muchas veces en la ciudad donde estudia, a solas en su apartamento de universitario, visita el perfil que ella tiene en FB. Le puede la nostalgia: viendo las fotos, la recuerda tan perfecta como era —desnuda, paseando por la casa que tenían sus padres en una buena urbanización—. Y una vez que tan solo un recuerdo llega a su mente, llegan todos. La lectura insomne que le dedicaba con su dicción terrible. Las escapadas a la playa y a los campos que rodean la ciudad. Los mensajes de texto, las notas y los pequeños regalos que su secretaria llevaba y traía. El más mínimo detalle que la hacía —y la hace— única e irrepetible, en cuanto a historia.
Duda. No sabe si todavía, después de tres años, tiene el derecho de buscarla y volverle a decir, porque es verdad, que nadie lo cuida como lo hacía ella, que los días más tristes aún le hacen bien las palabras que guarda en la bandeja de entrada. Duda, el muy desgraciado.
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