miércoles, 3 de junio de 2015

Por la abertura.



Soñé que finalmente aceptaba el coche que siempre me quieren obsequiar mis padres y que les convencía de que fuera otro Jeep del 84, destartalado, no el auto de niño bien que ellos proponen siempre. Y que viajábamos por Ecuador hasta Perú. Full música. Deep House. Rock. De carretera. Y toda la música latina que nos hace gracia y saca a flote nuestras infancias más o menos sufridas, de las cuales sin embargo, guardamos algún que otro buen recuerdo.

Soñé que vestías las botas que te regalé por nuestro primer mes —yo, tan olvidadizo y despreocupado siempre— y los jeans rotos y cortos que te encantan. Que encantan. Muy grunge.

Te soñé también, de reojo, por el rabillo del ojo, mientras conducía: sudada, con gotas cayendo por tu escote, acentuando la forma de tus pechos; un tanto sofocada, con los pies apoyados sobre el tablero, mirando cachitos de cielo pasar por la abertura del todoterreno.

Y exactamente cuando te volvías hacía mí, me regalabas una de tus sonrisas, tan dedicadas y sinceras, y te disponías a decirme algo, seguro que eterno, una máxima, más que un Te quiero, muchísimo más trascendental que un siempre, yo me desperté. Extraño. Desilusionado. En la habitación artificial de un hotel. En GKILL city.

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