jueves, 13 de febrero de 2014

Dar una serenata, un "sereno".

En el mes del amor y la amistad. Pues éso, amor y amistad. Frungir. Follar. Hacer el amor. ¡Hacer ecuatorianitos! Flores, chocolates, un osito de peluche. Capaz una serenata, un sereno a las veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos del día trece o a las cero horas y un minuto del día D. Capaz también hasta una cena romántica. Y terminar de convencer a la tipa para que afloje. Piensan Ellos. Que ya coordinaron con sus amigos todo lo necesario. Los coches. Las guitarras. Las voces. Y el traguito. Planean cantar en cada una de las puertas y entre casa y casa, pegarse un Ron o un Zhumir, un Whisky o un Jager. Están animados. Realmente animados. El que lleva muchos meses con la tía, no va a perder y sí ganar mucho. Ella se reenamorará. El que recién empieza o quiere empezar, ésta noche se la juega. Ha preparado todo y todavía las dudas lo atormentan. Existe la posibilidad de que Ella apenas abra la puerta de puro compromiso y por no humillarlo frente a sus amigos, puede que hasta lo bese. O puede que lo rechace irremediablemente y envié a su hermano/a a decirle que deje de hacer el payaso. O que le deje hacer y nunca salga. ¡Horrible! Pon un trago. ¡Salud! Y a la siguiente casa. Que los rosas se marchitan, el chocolate se derrite y los peluches toman el olor de la noche. Y está el que acolita (ayuda), el pana (amigo), que quiere beber y recordar. Hacer memoria de los últimos amores y beber. Darse al alcohol simplemente. Intentar dar una buena nota en ésas latas que se cantan. Suspirar con las buenas escenas de la noche y reírse muy cruel de los rechazos. Van a poblar Cuenca luego de las cero horas del día Jueves. Ya el 14 de Febrero.

domingo, 9 de febrero de 2014

La Colombiana.


La colombiana rica. Que no tiene idea de libros, rock ni poesía. Y si de algo en concreto. Sabe pasear su culo con verdadero talento. Ya le han pedido matrimonio dos veces y en ambas ocasiones ha dicho que no.

El dueño de la cafetería donde trabaja parece que no termina de conocer ése rabo. La ve llevando bandejas con tacitas de café, cervezas importadas y caras y sánduches realmente deliciosos; y no aparta la vista de la licra ajustada a ése pompi. Podría decir de qué esta compuesto el poliéster de tanto mirar la prenda mínima.

-¿Qué lees? —me pregunta, en un momento de calma, después de haber atendido las mesas que le corresponden. Interrumpiendo la voz de Holden que suena en mi cabeza y son las primeras líneas de The Catcher in the Rye, el libro que encargué hace dos semanas y recién éste sábado cálido retiro.

-¿Te lo acabas de comprar, verdad? En ésa tienda de libros que hay en unas cuadras… No recuerdo como se llama. —me vuelve a preguntar y no me deja concentrar en la lectura. Así que asiento, la miro directamente a los ojos y los descubro oscuros, con cierto brillo pícaro y sobretodo, curiosos.

Hace rato que vi su rabo por primera vez y aunque está frente a mí, puedo dibujarlo en mi mente y pensar que a lo mejor estaría bien ser amable, olvidar el libro por un rato, igual ya lo leí dos veces, y conversar con ella.

-Tu jefe te tiene un hambre terrible, deberías darle una probadita. —intento parecer el machito costeño que debería ser de haber vivido más tiempo en Ecuador. Sonrío, espero que no se enfade, pero la verdad es que no me sale nada más. Y qué diablos, quiero ser sincero. No la conozco y al parecer, Ella está interesada en conocerme. O al menos, en olvidar por un rato que la mirada de su jefe sigue ahí, clavada ahí.

-Ése hijuepucta no sabría que hacer con esto —también ríe y no se señala el culo ni hace gestos grotescos. Sólo ríe. —Aquí solo los gringos se sientan a leer. Es raro ver a los cuencanos leyendo algo. Así como tú, con un cafecito… Se te está enfriando.

Así que era eso, pienso, solo soy un tipo que lee y por eso es raro y despierta la curiosidad de ésta colombianita tan rica, que de tan buena que está dan ganas de pedirle matrimonio y darle duro hasta agotar ése culo.

domingo, 2 de febrero de 2014

¡Mi reino por un tabaco!

¡Mi reino por un tabaco! Cada vez que visito a mis padres lo paso bastante mal. Las ganas de fumar me torturan. Me levanto en la mañana y lo primero que quiero hacer es salir al patio y poder encender un Marlboro rojo y dar una buena calada, que acabe con el cigarrillo de una vez, sin preámbulos. Pero no puedo. Quisiera acabar de comer, al medio día, esos mariscos tan ricos, que cada vez que vengo hay en la casa de mis padres, comer hasta casi reventar, y terminar del mejor modo, con un cigarrillo entre los labios y entre los dedos. Pero tampoco puedo. Terminaría bien el día si luego de ver el sol descender, al final del potrero y detrás de los algarrobos, cenara y fumara, ¡tan solo uno! Sin embargo, todo eso es imposible. No puedo envenenarme con la libertad que acostumbro. Para mis padres ya dejé de fumar. Bueno, para mi madre que es la más preocupada y la que todo quiere controlar. Ella cree, creo yo, que ya no fumo. La verdad es otra. Consumo entre diez a seis Marlboros rojos al día; veinte las noches de farra y casi cuarenta, imagino, los días y los domingos de tristeza. Me jodo a mí mismo a base de bien. Fumo con auténtica pasión. Medito bien cada pitada. La disfruto. Me inspira en el transcurrir diario de la vida. Me resta aliento a la vez que me lo da, pese a no ser en la misma proporción, lamentablemente. Mis pulmones ennegrecen y mis dientes y mis uñas amarillean. Como en blanco y negro y en sepia. Es la muerte prematura. Y quiero morir un poco siempre. Quiero fumar siempre. Sin que nadie me joda el placer efímero de la nicotina. Sin que nadie prolongue la ansiedad previa a un pitillo. Sin que nadie me prohíba fumar. Sin carteles de Prohíbido Fumar y Fumar Mata.