Te voy a picar muy fina en líneas
largas y níveas, te voy a jalar y te voy a olvidar. Voy a recluirme todo un fin
de semana con los amigos del mal, que teniendo en cuenta el lugar y las
circunstancias, son mis únicos amigos. Vamos a llamar a El Negro para que nos
provea del mejor producto de nuestra Sudamérica, y luego de la respectiva
rebaja para los panas y consumidores
asiduos, compraremos. Un gramo será insuficiente, dos gramos casi excederán
nuestro presupuesto y tres gramos completaremos con los pases de cortesía que
siempre ofrece nuestro dealer
preferido para comprobar que la coca es la misma. Y nos parecerá suficiente,
aunque cualquiera de nosotros, a mitad de la madrugada, pida un taxi hasta un
cajero para retirar veinticinco dólares y conseguir el último gramo de la
noche.
Sucederán entre jale y jale, la
conversación que intentaré hacer trascendente con cierta chica, la sorpresa y
la mojigatería estúpida de las peladas que se escandalizan por un polvito de
nada, los sorbos cortos a la mezcla de Jager y Monster y los tragos largos a la
Coca-Cola bien fría, el recuento y la vigilancia preocupados para evitar que
alguien se pase de cabrón y jale más de la cuenta.
Y al final de la noche, ya en la
madrugada, con toda la energía del mundo, luego de hablarle sobre escritores, directores
de cine, libros y películas, cierta chica aflojará, como aflojarán las mojigatas
cuencanas que escucharán a mis panas. Y ésta tía, capaz igual que tú, no tendrá
la más mínima idea sobre nada de lo que le hablaré, e igual que tú, sospechará que
hay algo en mí, medio turbio e interesante, por descubrir.
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