I wanna love you
whilst we both still have flesh upon our bones
Before we both
become extinct
Leftovers
Jarvis Cocker
Se deben una oportunidad. Una salida intempestiva, una reunión de
antiguos alumnos, a la que sus excompañeros no fueron invitados. Perreos, bailes lentos, una salsa e
incluso una bachata en un lugar muy popular, donde no encontrarse con
conocidos. Una comida muy cara en un hotel para funcionarios del régimen,
empresarios y ejecutivos extranjeros. Una escapada a un pueblo refundido del
austro ecuatoriano, donde quererse. Están enamorados el uno del otro. Nadie lo
sabe. Los amigos que tienen en común los vieron tontear por tanto tiempo que
cada broma y cada indirecta, las entendían como tales; nunca creyeron que
hubiera algo más, porque ni él ni ella quisieron aceptarlo. Les parecía algo
natural y les divertía tanto que no se atrevieron a dañarlo con requerimientos
y obligaciones. Inconscientemente. Cuando empezaba a aflorar la idea, después
de una caricia, de un roce inocente que despertaba algo transcurridos
demasiados segundos, cada uno y por su cuenta, se miraba hacia adentro y se
sacudía los sentimientos. Eran amigos, no desde hace mucho tiempo. Al principio
se caían mal, al parecer por ser uno más creído que el otro. Más tarde las horas
de clases y las horas libres los obligaron a tratarse; después, sus caderas y
su cinefilia y literofagia terminaron
por enfrentarlos. Él empezó a reclamarle que arremetiera contra todos de ésa
manera. Nos vas a matar un día, nos vas a mandar a Perú de un caderazo. Y ella cada vez más, le
señalaba lo odioso que resultaba que relacionara todo con libros y películas.
Se hicieron amigos y no era extraño que se reunieran para mantener
conversaciones extensas, que se contaran los amores que sufrían, los que
arrastraban y no dejaban de padecer. Ella no podía deshacerse de un hombre
mayor y él se resistía a olvidar a su última novia, encadenando mientras tanto,
historias imposibles. Sin olvidar. Sin rendirse y dejarse caer en un amor
verdadero, real. Porque no sucedió. Una noche, aburridos de la ciudad y de
escuchar por segunda vez el mismo disco en el coche, ella no tuvo más ideas, más
excusas que evitaran que él le enseñara cine de autor. Con las luces
encendidas, en un ambiente no tan peliculero,
no llegaron al final de Only lovers no sé qué. En algún momento,
en la cama donde habían estado varias veces, los roces de sus brazos al coger
palomitas y el contacto continuo de sus piernas debajo de los jeans, les erizaron la piel y les
encendieron los labios. Sus corazones se enfrentaron por primera
vez. Se sorprendieron sudorosos, en ropa interior. Cuando se disponía a retirarle
el sujetador, él la miró directamente a los ojos y ella se asustó. Ésto no
puede ser. No quiero. No sucedió. Se emborronó
todo. Se quebró todo entre una amistad cómplice y un amor placentero. Les quedó
una amistad ligera, de amigos de secundaria. Se niegan a aceptar que se aman. Ella
ha vuelto a intentar deshacerse de su dependencia adolescente. Él se ha
encerrado en una vida correcta con prometida, casa y perro. Solo para no tener
que reprimir la complicidad que al final de las conversaciones sobre temas
generales, les asalta, los desarma y les obliga a despedirse con apuro, en whatsapp cuando se felicitan por algún
acontecimiento o se piden algún favor, o cuando se encuentran en la calle o en
alguna reunión. Para no enfrentarse al amor que sienten y subraya cualquier
gesto o frase que se dedican. Los churos que te has hecho aceleran más tus
caderas. No te pega nada el combo familiar, señor-no-me-voy-a-casar-nunca-eso-es-muy-de-animales.
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