Quiere alguien que lo arriesgue y lo de todo por ella. Alguien que exista solo para ella. Que le prometa y sobre todo le cumpla. Un hombre con apariencia de niño: blanco, delgado, fibroso, que acabe de estrenarse en su profesión con algo de éxito; con carácter y casi lo mismo de empatía, con un poco menos de humildad y algo de pretensión, que sea un poco presumido, lo justo, de exactamente veintimuchos.
Imagina alguien que conserve la capacidad de ilusionarse, de soñar, de
creer real el futuro que asegura un beso reciente, una primera noche en
apariencia improvisada, espontánea, y en realidad preparada por ella. Un
hombrecillo que pase los dedos por la huella de la cesárea y en un primer
momento no lo asocie con un hijo, con una relación fallida, con un desengaño,
con demasiados errores consecutivos. Tan ilusionado que obvie sus cicatrices,
su desconfianza, que no le dé motivo para tal, y que no les preste atención. Alguien con una pizca de inocencia con quien
volver a sorprenderse y enamorarse.
En su prolongada búsqueda, no ha perdido la esperanza, está segura de que
hay alguien esperándola. No se rinde pese a encadenar hasta el momento, hasta el
tercer curso de primaria de su hijo, más de un adolescente, multitud de
inmaduros, que su madre en cuanto puede, luego de recriminarle que aún viva en casa y sea incapaz de mantener a su hijo, enumera con decepción. Ni si quiera se
lo ha pasado bien. Lo ha dado todo, literalmente se ha dejado la piel, y solo
en contadas ocasiones ha sido seducida de manera meticulosa y muy pocas veces
retribuida. Le cuesta recordar el último orgasmo, la última noche real. Si
atiende a éste resumen, casi pierde la esperanza, se suma toda la decepción de
repente y se resbalan un par de lágrimas hasta su celular. Hace scrollking por Facebook e Instragram y postea para enjugar las penas con likes y comentarios que describen su
cabellera negra, su sonrisa blanquísima de marfil, su cuerpo menudo y
curvilíneo.
A sus treinta y pocos que parecen treinta cinco, se ha convertido en una
pequeña celebridad local de Internet, un tanto patética, de inspiradora vergüenza
ajena y a ratos sensual, que los centennials
del cantón suelen reconocer. Se apunta a todos los challenges.
Cada setenta y dos horas, sube una foto de cuerpo entero, haciendo posturitas y morritos, con
muy poca ropa, estirando más sus largas piernas, para terminar de convencer a
los seguidores. Se maquilla. Canta. Baila. Tiene perfiles en todas las redes
sociales. Cree que le faltan unos pocos seguidores y solo un sponsor para ser una influencer.
Sus familiares, sus tías, no la han dado por caso perdido, rezan para que un hombre de verdad se case con ella,
aunque en las reuniones familiares la señalan como un mal ejemplo, como todo lo
que no se debe hacer, sin darle oportunidades con los hijos de sus conocidos,
muchas veces renegando de que forme parte de la familia. Sus padres, igual, tan
machistas como se puede ser en ésta esquinita de Sudamérica, aseguran que se han
resignado, pero en el fondo no dejan de albergar esperanzas de llevarla al
altar o como mínimo al juzgado. Como dice ella, irónica, desde los veinticinco,
se ha convertido en una oveja negra, y no por el color de su piel. Una oveja
negra que solo quiere que la quieran como ella quiere.
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