domingo, 5 de julio de 2020

Record del mundial 98




¿Recodará el Mundial del 98? ¿Aquella jornada de fase de grupo calurosa, que invitaba a vestir un pantalón corto y despojarse de la camiseta a la primera oportunidad, como hacían los jugadores en aquel verano europeo?
Me pregunto si se acordará de esa hora canicular, de las gotas resbalando por la jarra, en la que se resistía a evaporar el jugo de maracuyá que su esposa había preparado con las frutas que crecían en el patio de la casa, donde también habían crecido todos los hombres de la familia y en la que viví de manera intermitente durante los últimos años de mi infancia.
Si le digo ¿Qué fue?, exagerando nuestro acento costeño, ¿inmediatamente reconocerá a aquél niño huérfano que durante mucho tiempo él y sus hermanos se turnaron en criar, con más o menos acierto, hasta que fue rescatado y adoptado por el cine y la literatura? ¿O me confundirá con su hermano menor, al que no pudieron salvar?
Y si le pregunto por el primer mundial al que clasificamos, ¿me reclamará la colección de vasos que me encargó completar cuando el feriado bancario de hace cuatro décadas lo obligó a renunciar a su plaza de docente y hacer el camino de vuelta hasta el país que su bisabuela había abandonado?


Durante años se habían seguido a distancia. Por medio de familiares, se enteraban de las idas y vueltas de cada uno. No habían perdido las oportunidades de reunirse dos ocasiones por cada orilla del Atlántico. Recuerdan aquella vez en la que la desgracia empezó a ensañarse con la familia y enterraron a un familiar luego de que padeciera la forma más grave de la tristeza. Y hasta que la memoria no lo traicionara, y cada vez que le preguntaban, relataba la ceremonia de graduación a la que asistió como único familiar de un sudamericano. Nunca les hicieron falta demasiadas atenciones, felicitaciones de fiestas y cumpleaños. Alguna llamada y los sinceros buenos deseos les parecían suficientes.


No sé qué veré en sus ojos. Si esa mirada triste, melancólica, que arrastra un cuerpo enjuto con un andar silencioso. Si la desgracia final de una familia siempre venida a menos que aún se resiste a desaparecer por completo y maldice a unos pocos con un apellido que tanto pesa llevar a cuestas y del que es difícil deshacerse. O una pizca de luz, una pequeña estrella fugaz al fondo de sus ojos marrones, al reconocer un acento, tal vez un poco impostado, que me niego a perder y juro trasmitiré a un posible hijo.


Él se lo había notado en la última reunión multitudinaria de la familia. Lo había atribuido al carácter nostálgico y depresivo de los hombres que comparten su apellido. No le había dado demasiada importancia. Le había recomendado un calmante de herboristería que a él solía ayudarle y lo había animado a no abandonar la reunión y tratar de disfrutar de la comida, los familiares y los amigos que abarrotaban el segundo piso de la casa de los abuelos. Le pareció que tenía todo el derecho de sentirse derrotado, si los recuerdos lo atacaban por el flanco más débil y lo hacían desfallecer. Le pareció que no era tan raro encontrar a un tipo de sesenta y siete años sentado al borde de la cama, sujetándose la cara, incapaz de contener los estertores que amenazaban con un llanto incontrolable e inexplicable.


Su piel cobriza debe resaltar tanto entre los demás residentes. Esa piel marrón, apergaminada, como las páginas de los libros que utilizaba para dar clases en La Victoria. Nunca fuimos a ese pueblo, pese a que no habían más de cincuenta kilómetros hasta allí. Ahora podría ir y no perderme. Podría ir durante las fiestas patronales y preguntar por los apellidos que leíamos en los exámenes que corregía después de la siesta, antes de salir a charlar con sus amigos del barrio, reunidos alrededor de un puesto informal de carne. Solo me haría falta esforzarme por recordar los detalles, los incidentes, las buenas nuevas y las malas, que nos contaba de pasada, mientras almorzaba y veía el inicio de la telenovela en TeleSistema. Tengo la esperanza de que  si le recuerdo alguna anécdota de sus treinta años de docente, me cuente alguna más y sonría. Y me reconozca.

viernes, 1 de mayo de 2020

Influencer de cantón




Quiere alguien que lo arriesgue y lo de todo por ella. Alguien que exista solo para ella. Que le prometa y sobre todo le cumpla. Un hombre con apariencia de niño: blanco, delgado, fibroso, que acabe de estrenarse en su profesión con algo de éxito; con carácter y casi lo mismo de empatía, con un poco menos de humildad y algo de pretensión, que sea un poco presumido, lo justo, de exactamente veintimuchos.

Imagina alguien que conserve la capacidad de ilusionarse, de soñar, de creer real el futuro que asegura un beso reciente, una primera noche en apariencia improvisada, espontánea, y en realidad preparada por ella. Un hombrecillo que pase los dedos por la huella de la cesárea y en un primer momento no lo asocie con un hijo, con una relación fallida, con un desengaño, con demasiados errores consecutivos. Tan ilusionado que obvie sus cicatrices, su desconfianza, que no le dé motivo para tal, y que no les preste atención. Alguien con una pizca de inocencia con quien volver a sorprenderse y enamorarse.

En su prolongada búsqueda, no ha perdido la esperanza, está segura de que hay alguien esperándola. No se rinde pese a encadenar hasta el momento, hasta el tercer curso de primaria de su hijo, más de un adolescente, multitud de inmaduros, que su madre en cuanto puede, luego de recriminarle que aún viva en casa y sea incapaz de mantener a su hijo, enumera con decepción. Ni si quiera se lo ha pasado bien. Lo ha dado todo, literalmente se ha dejado la piel, y solo en contadas ocasiones ha sido seducida de manera meticulosa y muy pocas veces retribuida. Le cuesta recordar el último orgasmo, la última noche real. Si atiende a éste resumen, casi pierde la esperanza, se suma toda la decepción de repente y se resbalan un par de lágrimas hasta su celular. Hace scrollking por Facebook e Instragram y postea para enjugar las penas con likes y comentarios que describen su cabellera negra, su sonrisa blanquísima de marfil, su cuerpo menudo y curvilíneo.

A sus treinta y pocos que parecen treinta cinco, se ha convertido en una pequeña celebridad local de Internet, un tanto patética, de inspiradora vergüenza ajena y a ratos sensual, que los centennials del cantón suelen reconocer. Se apunta a todos los challenges. Cada setenta y dos horas, sube una foto de cuerpo entero, haciendo posturitas y morritos, con muy poca ropa, estirando más sus largas piernas, para terminar de convencer a los seguidores. Se maquilla. Canta. Baila. Tiene perfiles en todas las redes sociales. Cree que le faltan unos pocos seguidores y solo un sponsor para ser una influencer.

Sus familiares, sus tías, no la han dado por caso perdido, rezan para que un hombre de verdad se case con ella, aunque en las reuniones familiares la señalan como un mal ejemplo, como todo lo que no se debe hacer, sin darle oportunidades con los hijos de sus conocidos, muchas veces renegando de que forme parte de la familia. Sus padres, igual, tan machistas como se puede ser en ésta esquinita de Sudamérica, aseguran que se han resignado, pero en el fondo no dejan de albergar esperanzas de llevarla al altar o como mínimo al juzgado. Como dice ella, irónica, desde los veinticinco, se ha convertido en una oveja negra, y no por el color de su piel. Una oveja negra que solo quiere que la quieran como ella quiere.

lunes, 23 de marzo de 2020

Texto corto sobre la tierra.




La bossa nova me devuelve a las ocho de la noche y un minuto, de un día entre semana, en un pueblo de apariencia asiática, costumbres bárbaras y sin embargo, tan sudaca; al momento inmediatamente después del telediario, en el que de un segundo a otro, sin anuncios de por medio ni transiciones, empezaba la telenovela brasileña, con una frase en español neutro que mal traducía un portugués más rico, o con una canción que recorría de mañana o de noche, Río de Janeiro, tal vez Sao Paulo. Me regresa a ése momento quedo, natural, apresurado y orgánico, que únicamente permitía poner a remojo las legumbres secas que aliviarían el hambre de la jornada siguiente en los campos de arroz. A ése momento que marcaba el final del día y permitía al pueblo entero exhalar, darse un respiro, y lo recubría de una calma real, reparadora: los perros dejaban de sacudirse dentro de sus pellejos sembrados de pulgas, los cerdos se acomodaban unos con otros en la tierra polvorienta y la gente apenas se movía para no sentir en exceso las superficies irregulares y duras de los muebles que rellenaban sus salas-comedor-cocina-dormitorios.

jueves, 20 de febrero de 2020

Se deben una oportunidad.

I wanna love you whilst we both still have flesh upon our bones
Before we both become extinct

Leftovers
Jarvis Cocker


Se deben una oportunidad. Una salida intempestiva, una reunión de antiguos alumnos, a la que sus excompañeros no fueron invitados. Perreos, bailes lentos, una salsa e incluso una bachata en un lugar muy popular, donde no encontrarse con conocidos. Una comida muy cara en un hotel para funcionarios del régimen, empresarios y ejecutivos extranjeros. Una escapada a un pueblo refundido del austro ecuatoriano, donde quererse. Están enamorados el uno del otro. Nadie lo sabe. Los amigos que tienen en común los vieron tontear por tanto tiempo que cada broma y cada indirecta, las entendían como tales; nunca creyeron que hubiera algo más, porque ni él ni ella quisieron aceptarlo. Les parecía algo natural y les divertía tanto que no se atrevieron a dañarlo con requerimientos y obligaciones. Inconscientemente. Cuando empezaba a aflorar la idea, después de una caricia, de un roce inocente que despertaba algo transcurridos demasiados segundos, cada uno y por su cuenta, se miraba hacia adentro y se sacudía los sentimientos. Eran amigos, no desde hace mucho tiempo. Al principio se caían mal, al parecer por ser uno más creído que el otro. Más tarde las horas de clases y las horas libres los obligaron a tratarse; después, sus caderas y su cinefilia y literofagia terminaron por enfrentarlos. Él empezó a reclamarle que arremetiera contra todos de ésa manera. Nos vas a matar un día, nos vas a mandar a Perú de un caderazo. Y ella cada vez más, le señalaba lo odioso que resultaba que relacionara todo con libros y películas. Se hicieron amigos y no era extraño que se reunieran para mantener conversaciones extensas, que se contaran los amores que sufrían, los que arrastraban y no dejaban de padecer. Ella no podía deshacerse de un hombre mayor y él se resistía a olvidar a su última novia, encadenando mientras tanto, historias imposibles. Sin olvidar. Sin rendirse y dejarse caer en un amor verdadero, real. Porque no sucedió. Una noche, aburridos de la ciudad y de escuchar por segunda vez el mismo disco en el coche, ella no tuvo más ideas, más excusas que evitaran que él le enseñara cine de autor. Con las luces encendidas, en un ambiente no tan peliculero, no llegaron al final de Only lovers no sé qué. En algún momento, en la cama donde habían estado varias veces, los roces de sus brazos al coger palomitas y el contacto continuo de sus piernas debajo de los jeans, les erizaron la piel y les encendieron los labios. Sus corazones se enfrentaron por primera vez. Se sorprendieron sudorosos, en ropa interior. Cuando se disponía a retirarle el sujetador, él la miró directamente a los ojos y ella se asustó. Ésto no puede ser. No quiero. No sucedió. Se emborronó todo. Se quebró todo entre una amistad cómplice y un amor placentero. Les quedó una amistad ligera, de amigos de secundaria. Se niegan a aceptar que se aman. Ella ha vuelto a intentar deshacerse de su dependencia adolescente. Él se ha encerrado en una vida correcta con prometida, casa y perro. Solo para no tener que reprimir la complicidad que al final de las conversaciones sobre temas generales, les asalta, los desarma y les obliga a despedirse con apuro, en whatsapp cuando se felicitan por algún acontecimiento o se piden algún favor, o cuando se encuentran en la calle o en alguna reunión. Para no enfrentarse al amor que sienten y subraya cualquier gesto o frase que se dedican. Los churos que te has hecho aceleran más tus caderas. No te pega nada el combo familiar, señor-no-me-voy-a-casar-nunca-eso-es-muy-de-animales.

lunes, 2 de diciembre de 2019




Debía ir al pueblo de sus padres, a la única casa que tuvo en su infancia, reconvertida en una villa con encanto y fácil de rentar, cuya reforma él había pagado en sus primeros años de profesional y que durante mucho tiempo sus hermanos le reclamaron.

Lo había aplazado hasta olvidarlo. Tenía que cumplir con el deber de la prometida propiedad privada y la plusvalía, y lo que era peor, tenía que hacerlo obligatoriamente presencial y personal en la administración de un municipio corrupto incluso en las gestiones más insignificantes.

Aquel último fin de semana en la casa de sus padres, —la llamaba así, la casa de mis padres, aunque su padre se la hubiera heredado únicamente a él—, caminando por el corredor azul hasta la puerta lateral, sonaron los primeros acordes y versos de una canción muy popular a final de los noventa, que en ésa parte del mundo duraron hasta muy entrados los dos mil.

Se escuchaba desde el salón de una casa vecina, para todos los hogares alrededor de la iglesia: Como puedes decir que no ha pasado nada y el resto de la letra, a la que se adelantaba el esposo de su compañera de juegos de la infancia. Después de todo el dolor que causaste en mi corazón. Lo cantaba a todo pulmón, sudoroso, con la barriga descubierta y la camisetilla colgada de un hombro, como si lo hiciera por primera vez, como si la estuviera componiendo en ese momento. Como si le hubieran engañado de esa manera. Sonrió. Le hizo gracia. Le entristeció. En ese orden. Sonrisa. Gracia. Tristeza. Finalmente le invadió la nostalgia, que es a lo que le conduce casi todo. Le hizo gracia la pasión, el sentimiento de intérprete de vallenatos. Le entristeció darse cuenta de que había perdido eso, de que hacía mucho tiempo se había ido de allí para siempre. Había perdido el fuego interno que solo enciende el sol en la costa ecuatoriana, muy cerca de la frontera con Perú, en una especie de fotosíntesis con la que se sintetiza el carácter apasionado e irresponsable que se les atribuye a los costeños, a los monos de esa parte del Pacífico.

De regreso a los Andes, al sistema montañoso que no recuerda de la escuela, donde vivía, sintió como en su infancia, el sol intenso de medio día que oscurece la piel, el calor reconfortante y la humedad no asfixiante, exacta, y volvió a sonar la canción, ésta vez desde la voz de su hijo, siguiendo el playlist que inconscientemente había programado, rescatándolo de sus nostalgias, interpelándole, diciéndole que a lo mejor no había perdido tanto, que no es posible perder tanto.

martes, 13 de agosto de 2019

Barbi Superstar



Tenía los pies diminutos y unos ojos color verde marihuana. A los catorce su madre le prohibió ser reina de nada y unos años más tarde, sus primas la acusaron de ser prepago, cuando la vieron encantando a todo el mundo. En sus quimeras de porcelanosa, conquistaba a Al Pacino. Los del pueblo, claro, no éramos gran cosa para tremenda mujer.

Si la mayor de don Vélez hubiera tenido un buen padrino, habría sido actriz, protagonista de sobremesa, La Caramelo, Corazón salvaje, supervedette, puta de lujo, modelo, estrella de culebrón…

Muy pronto los hombres le empezaron a prometer el mejor futuro con sus pupilas hambrientas, pero ella sabía que enamorarse un poco más de la cuenta era una pésima inversión.

Debutó una noche, de la mano de una buena amiga, con un par de camaroneros, a doscientos kilómetros de casa; y poco a poco, cada vez más, la exigían en las mejores fiestas. Solo con veinte fiestas como ésa podría haber escapado de su mamá. Todavía la recuerdan los empresarios del austro ecuatoriano y se relamen, suspiran. 

Poco antes de que su novio aniñado le pidiera matrimonio y le prometiera la mejor boda, arrojó la toalla. El pobre serrano sabía que la vida no le daría otra oportunidad como ésa, enviudó mucho antes del altar, tuvo que olvidarse de ella y pedirles a su familia y amigos que intentaran lo mismo. Mientras, ella atravesaba el Atlántico entre funcionarios correístas, empresarios, buenos vinos y whisky del dutty free; se juraba no volver, no regresar atrás, conseguir que las miradas de los hombres y el asco que le provocaban le sirvieran de mucho más.

Al infierno, ya se sabe, algunas niñas de la costa prefieren ir por atajos, sexo caro, ropa de marca, cirugías, likes en Facebook e Instagram, viajes a Estados Unidos y si ceden al romanticismo, Europa.

Hace un par de años, nos encontramos más o menos por casualidad, en un bar de una capital europea, donde yo planeaba estudiar. Luego de hablar sobre Ecuador y nuestras familias, de contarnos nuestras vidas, me preguntó por la canción, el poema o el cuento que prometí dedicarle, cuando yo mismo me creía poeta. Le dije que terminaba tan triste que nunca  pude empezar, que al intentar olvidarla y no recordarla cada fin de semana, había dejado de creerme escritor, también porque ya nadie me creía.

Lo cierto es que por esos labios que sabían a mar y a infancia, a descubrimiento del deseo y del sexo, por ese cuerpo que era un seguro de eternidad, yo habría decepcionado a toda mi familia. Me habría hecho un escritor ecuatoriano muerto de hambre, profesor de universidad o secundaria. Nunca los decepcioné. Y mucho menos por amor. He tenido que complacerlos y conformarme con una vida hasta ahora ejemplar, ordenada y responsable, y con una profesión lucrativa.

Ahora estoy aquí en la costa, pasando las horas sin sentido, escribiéndola, intentando cumplir mi promesa. Echándola de menos e imaginando la vida que podríamos haber tenido. También pura formalidad, que toda la pasión habría podido borrar.

domingo, 7 de junio de 2015



A veces me despierto en la madrugada o simplemente no atiendo a la película que estoy viendo, o mantengo fija la mirada en la última palabra del renglón que estaba leyendo, o la música suena y termina de evocarte y darle forma a mis pensamientos, y me pregunto: qué tal estás, con quién pasas las mejores horas de tus días tan ocupados, con quién lloras y follas para matar el estrés del trabajo y la total frustración de no hacer algo que te gusta; qué haces cuando te cansas de compartir tus atributos con algún subnormal; si, igual que yo, indiferente a la respiración que acompaña a la mía, miras al techo y recuerdas las conversaciones que solíamos mantener en ésos momentos; si existe alguien ahora mismo a quien le permitas ser tan torpe como yo. Si existe alguien a quien le dedicas las mismas sonrisas, gestos, besos y caricias que a mí. Si todavía debo preocuparme por ti o definitivamente olvidarme de ti. Si puedo olvidarte. Si tú ya me olvidaste.