miércoles, 18 de febrero de 2015

Cuando tengas treinta.



Así te imagino cuando te aproximes a los treinta. Aniñada. Súper pija. Muy risueña. Todavía rica, con tu cuerpo de herencia mulata. De pompismis pompis como solías llamarlas—, latinas, no muy exageradas, perfectas. Sonrisa amplia y fácil. Labios gordos y carnosos, mulatos y sensuales. Características físicas a las que el tiempo habrá restado juventud, pero no inmortalidad.
Te imagino exagerada, sin poder modular muy bien tu voz demasiado aguda, que te hará parecer dramática (preocupada) y enervará al personal; lo que sin duda, como ahora, intentarás contrarrestar con tu muy buena educación, con tus buenas maneras y la predisposición dulce para ayudar a la gente y resaltar sus virtudes físicas —eres tan física, pues.
Creo verte vestida siempre tan adecuada y oportuna y correcta. La mejor en la playa. La mejor en el trabajo de oficina. La mejor en las diligencias, en los bancos. La mejor en casa, en la cama. Siempre muy sensual, exagerada o sutil.
No tendrás hijos, estoy seguro. Te hará compañía uno o quizás dos perros. De pedigrí, por supuesto. De esas razas pequeñas a las que las mujeres cuidan como un peluche de la infancia y la adolescencia.
La gente te seguirá admirando. Te envidiarán también, por qué no. No se imaginarán ninguna cicatriz en el alma y en el corazón, ningún sábado de desencanto y vómito. Te creerán de manera equivocada, en parte.
Y yo, muy bien, me podría imaginar contigo, menos próximo a los treinta. Como éste man que acompaña a la tía ésta que no dejo de mirar. Que me recuerda a ti. Que me hace pensarte. En un barco de recreo, de vuelta al continente, luego de unos días de soledad, películas y textos en un isla del Pacífico ecuatoriano.

Como ella te imagino, con una mirada y una sonrisa dedicadas.

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