Y ya no sé si me pongo triste los domingos, sobre todo por las tardes, porque realmente los domingos son tristes o por pura costumbre. Llevo desde los cinco años, sentado frente a mi casa sin puertas, en un pueblito de la costa ecuatoriana, esperando a que llegue mi padre biológico a rescatarme de la pobreza y la puta tristeza. Aunque creo haberle dicho a mi padre, la noche que cumplí dieciocho años, que en mi jodida vida lo volvería a esperar, que ya se podía ir a la mierda con toda la figura que me faltó en mi infancia. Que a estas alturas, lo único que necesitaba de él era dinero. Y lo sigo manteniendo, pese a que muchas veces me cueste y me duela decir Acompáñame a retirar el giro de 100 dólares que me envía mi padre biológico. Digo biológico recalcándolo, como si quisiera curar toda la desesperanza con una palabra. Como tomando distancia de todas las obligaciones para con él, que se que me esperan en mi vida adulta. De ahí también deriva mi miedo a ser esposo de, padre de —sí, ya sé que no me debería preocupar todavía. Las puertas que cierran los padres casi siempre le pillan todos los dedos a los hijos. Así es que siento su gran maldición sobre mi destino y creo no equivocarme. Igual que él, no soy de ningún lado, abandoné a los amigos en un par de países y siempre quiero estar en tránsito, pensando Cuando acabe ésto me voy a mudar a otro país. Igual que él, salí de mi casa a los dieciocho y me encontré con mi peor versión. La jodí, caí en los excesos. Y así muchos más ejemplos, que me atemorizan y sé que me sucederán. La enfermedad. El destierro. La soledad absoluta. La incapacidad de resolver la vida cotidiana, nadar y no dejarme llevar por la corriente.
jueves, 25 de septiembre de 2014
martes, 16 de septiembre de 2014
No es mi culpa.
No es mi culpa, Nena. No es mi culpa que me sucedan días entre semana muy etílicos, que al amigo de turno le invadan unas ganas tremendas, nazis, de beberse la ciudad. Tampoco tengo ninguna responsabilidad en que otro amigo, o el mismo amigo capaz, sienta en sus carnes que la semana avanzó hasta el jueves, viernes o sábado, y sienta igual la obligación de celebrarlo. De celebrar que la Tierra todavía gira, supongo. No tengo ninguno poder de acción, él/ella/ellos me invitan y yo simplemente me dejo invitar y llevar. Sé que necesitan a un borracho como yo allí, a un tipo medio gracioso, a un tipo medio inteligente, a un tipo medio normal. Es una necesidad y una obligación, también. No puedo faltar. Me encuentran de repente en la facultad (de Medicina, ni más ni menos) y me arrastran. De repente ven que aparezco en el chat de FB y de una me escriben para extenderme su invitación, y buenos deseos, claro. Y yo pocas veces —casi nunca, la verdad —, me niego. Es muy difícil para mí hacerlo. Provengo, y tú lo sabes muy bien, de una casta de buenos bebedores. De bebedores bravos y muy losers. Incapaces de llevar una vida ordenada y fructífera. Que pierden, siempre. Como te pierdo yo ahora.
martes, 9 de septiembre de 2014
Un médico no debe fumar.
Un médico no debe fumar. No debería fumar. No puede fumar. Todas las frases que obligan a un futuro doctor a no iniciarse en el mal hábito o a dejarlo inmediatamente al empezar la carrera o justo antes de terminarla, revolotean en mi cabeza cuando a las dos de la mañana de un día recién jueves fumo un Marlboro mentolado que el interno de Cirugía guardaba, y desciende un matrimonio de un Tucson preguntando por Emergencias, lo que nos obliga inmediatamente a desprendernos de los cigarrillos e ingresar al hospital, prestos a brindar a atención. Y a hacer frente a las caras de reprobación y asco, incluso las arcadas, de los pacientes que nos esperan.
Antes de iniciar el primer año, durante la semana de preparación con la que nos alecciona la universidad, el neumólogo de la facultad, quien más tarde sería nuestro profesor de Biología y Neumología, dictaba un curso rápido sobre técnicas de estudio a la vez que nos aconsejaba y contaba lo que realmente significa ser médico. Para él. Un médico no tiene solamente que serlo, tiene que parecerlo —recuerdo que fueron sus palabras exactas para luego continuar, más o menos—. Ustedes no pueden vestir ni peinarse de cualquier manera. No pueden tener malos hábitos. Sería bastante decepcionante verlos bebiendo o fumando cerca de la facultad, en los bares que hay por aquí.
La paciente con una infección de tracto urinario, de veinte años de edad, que espera a que el analgésico le haga efecto en la camilla número de 1 de la sala de emergencias quirúrgicas, siente náuseas e incluso se acerca hasta uno de los botes de desechos para vomitar casi nada, apenas cincuenta centímetros cúbicos aproximadamente, de color claro, si acaso bilioso, cuando pasamos cerca de ella y percibe el olor bastante fuerte de los cigarrillos impregnado en nuestras batas blancas. Es que el olor a tabaco me provoca náuseas —se queja la paciente—. Y el señor de mediana edad, con antecedentes personales y familiares de litiasis renal, que refiere dolor en región lumbar izquierda de tipo cólico desde hace cinco horas, además de náuseas y vómito por dos ocasiones... pues éste señor simplemente quiere que le den algo para que le calme el dolor y poco le importa si fumamos o no. Si fuera de la facultad y en los bares que hay en los alrededores, damos buena cuenta de los tubitos de nicotina y cáncer. Si los acompañamos con una cerveza, un Zhumir o un buen Whisky. Si parecemos o no buenos médicos. Solo quieren que le alivien del mal que le aqueja. Simplemente.
martes, 2 de septiembre de 2014
Esto es una puta mierda.
Suena la primera canción de Reggaeton y decide que ya es momento de ir a otro lugar, y resume su desencanto.
—Vámonos, ésto es una puta mierda —dice para todos y lanza el cigarrillo a medio terminar.
—Aguanta, Español. No te gustan las peladas o qué... Ni en broma nos vamos. Y menos a jalar y beber cola nada más. —le dice uno de sus amigos, uno de los pocos que tiene por éstas tierras.
—Bueno, como quieran, pero yo me voy. Así que ¡hala, a cascarla! —y los parlantes lanzan para toda la concurrencia y todas las esquinas de la sala Mami yo te veo ahí con tus amigas. Realmente infumable, insoportable, lo último.
El taxista lo analiza, queriendo establecer una conversación nimia sobre los detalles más irrelevantes de la ciudad y el día que ya casi termina.
—¡Cómo llovió hoy, joven! Tendría que haber visto el tráfico, un caos... ¿Y ya se aburrió de la fiesta? Eso está bien, mejor que se vaya pronto a su casa. —comenta, pregunta y se responde a sí mismo.
—Sí, por favor para dos cuadras antes, en la tienda de la gasolinera.
Y luego, al enfilar la última calle antes de llegar a su casa, con la Coca-cola y el Red Bull en la funda negra, se pregunta si Ella querrá venir a su depa.
Jala una línea pequeña, una solamente, y se sienta en el sofá grande de la sala, con los pies apoyados en la mesa de centro, cuidando de no tirarlo todo: el refresco, el energizante, el espejito y el canuto de metal. Se recuesta y habla por teléfono, pese a lo poco que le gusta.
—Dale, nena, ven a mi depa... No hay problema, también pueden venir tus amigas. Incluso tus amigos... De verdad, tengo muchas ganas de verte... Dale, sí.
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