domingo, 7 de junio de 2015
A veces me despierto en la madrugada o simplemente no atiendo a la película que estoy viendo, o mantengo fija la mirada en la última palabra del renglón que estaba leyendo, o la música suena y termina de evocarte y darle forma a mis pensamientos, y me pregunto: qué tal estás, con quién pasas las mejores horas de tus días tan ocupados, con quién lloras y follas para matar el estrés del trabajo y la total frustración de no hacer algo que te gusta; qué haces cuando te cansas de compartir tus atributos con algún subnormal; si, igual que yo, indiferente a la respiración que acompaña a la mía, miras al techo y recuerdas las conversaciones que solíamos mantener en ésos momentos; si existe alguien ahora mismo a quien le permitas ser tan torpe como yo. Si existe alguien a quien le dedicas las mismas sonrisas, gestos, besos y caricias que a mí. Si todavía debo preocuparme por ti o definitivamente olvidarme de ti. Si puedo olvidarte. Si tú ya me olvidaste.
miércoles, 3 de junio de 2015
Por la abertura.
Soñé que finalmente aceptaba el coche que siempre me quieren obsequiar mis padres y que les convencía de que fuera otro Jeep del 84, destartalado, no el auto de niño bien que ellos proponen siempre. Y que viajábamos por Ecuador hasta Perú. Full música. Deep House. Rock. De carretera. Y toda la música latina que nos hace gracia y saca a flote nuestras infancias más o menos sufridas, de las cuales sin embargo, guardamos algún que otro buen recuerdo.
Soñé que vestías las botas que te regalé por nuestro primer mes —yo, tan olvidadizo y despreocupado siempre— y los jeans rotos y cortos que te encantan. Que encantan. Muy grunge.
Te soñé también, de reojo, por el rabillo del ojo, mientras conducía: sudada, con gotas cayendo por tu escote, acentuando la forma de tus pechos; un tanto sofocada, con los pies apoyados sobre el tablero, mirando cachitos de cielo pasar por la abertura del todoterreno.
Y exactamente cuando te volvías hacía mí, me regalabas una de tus sonrisas, tan dedicadas y sinceras, y te disponías a decirme algo, seguro que eterno, una máxima, más que un Te quiero, muchísimo más trascendental que un siempre, yo me desperté. Extraño. Desilusionado. En la habitación artificial de un hotel. En GKILL city.
lunes, 6 de abril de 2015
Jodido.
De un tiempo a ésta parte, y pese
a su juventud, todos los excesos le están empezando a pasar factura.
Ha perdido la
agudeza visual, casi no ve con el ojo derecho. Si ya de por sí es miope, esto
lo ha terminado de joder. Cuando camina por la calle no reconoce a nadie y ya
no mira en absoluto a las niñas de buen ver, pues poco o nada puede apreciar. Y
además de eso, se ve obligado a girar su torso para conseguir un mejor campo
visual, con lo que también jode su espalda y consigue unos dolores al final del
día, muy incapacitantes. Debido todo ello, casi está seguro de sus cálculos, al
bendito polvo que le echó a una niña pija, tonta, rica, que se tragó su pose de
intelectual, escritor y poeta en ciernes. Porque tiene toda la pinta de una
ETS.
El tabaquismo,
uno de sus tantos excesos, ha alterado su función respiratoria. Sufre una
disnea de medianos esfuerzos que lo amenaza con una insuficiencia cardíaca
añadida a —o consecuencia de— una hipertensión arterial. Como si fuera un
cuarentón, un cincuentón. Jodido. Y no deja de fumar, ni disminuye la dosis de
alquitrán mortal, por mucho que lo piense un domingo sí y otro también, como la
típica promesa de loser. Es un loser.
Concomitante,
el alcoholismo, que no tiene problema en asumir y aceptar frente a sus amigos
—los alcohólicos y no alcohólicos—, está seguro que ha empeorada sus males.
Bebe, en término medio, una vez a la semana, si no es que encadena dos o tres
días de borrachera, resaca y borrachera. Y resaca. Y borrachera. No tiene
inconveniente en aceptar cualquier invitación, sobre todo si se trata de una
reunión bohemia, sin más motivo que beber, principalmente beber y hablar,
compartir y filosofar los asuntos diarios de la vida. Por mucho que éstas
reuniones sucedan en días complicados y ocupados, en horarios bastante
intempestivos, nunca sabe declinar una invitación.
Como en las
peores series y películas, repite a quien pregunta, se escandaliza o
simplemente quiere echar abajo su pose, que en las mañanas no es persona hasta que
bebe una taza de café. Y no deja de cumplir el ritual. Muy pronto, todas los
días en la universidad, no puede saludar muy bien a la gente, ocupadas como
tiene ambas manos: una porque sujeta con cuidado el vaso de plástico que
contiene el café, no tan bueno como le gustaría, y la otra porque sujeta y
lleva el Marlboro rojo a su boca. Buenos días dice o grita para que lo
escuchen. Mantiene el cigarrillo entre sus labios y cambia el vaso a la mano
izquierda, si debe saludar a un hombre. Interrumpe, y esto le jode
especialmente, la calada en curso para poder saludar a una fémina. Apenas
levanta las cejas o mínimamente el vaso de café o el tabaco, si alguien lo
saluda desde lejos. Por lo que muchas veces pasa por un maleducado o amargado
de tener que ir a una muy mala universidad infectada de gente peor.
Siente que
cada uno de sus vicios ha terminado de joderlo, como únicamente puede hacerlo
él. Su familia sospecha e intuye cada uno de sus males, pese a que casi siempre
se esfuerce en guardar las apariencias y seguir pareciendo ése niño bien
educado y buen estudiante que toda la vida fue. Intenta no demostrar frente a
sus padres y a sus hermanos, y a todos aquellos que puedan hacer llegar a oídos
de su familia, lo mal tipo que en verdad es. Y sus posibles conquistas se
asustan, como solo saben hacerlo las niñas bien de las que, para colmo, gusta
el muy capullo. Lo que, siente, le obliga a abandonar al menos uno de sus malos
hábitos. Sin terminar de conseguirlo nunca, por supuesto. Estresándose.
Angustiándose. Frustrándose. Aislándose para poder continuar con sus prácticas
y echar todo por la borda. Él solito.
viernes, 27 de febrero de 2015
¿Y tú por qué me gustas?
¿Y tú por qué me gustas? Quiero
saber, averiguar las razones, cada detalle que hace que me fije en ti. Y más o
menos lo intuyo.
No puedo
apartar la mirada si mis ojos encuentran tu figura en la realidad cotidiana,
hasta que me respondes con una mirada, que no sé cómo interpretar. A veces
pareces encantada de mi admiración y otras, las más desconcertantes, creo verte
casi enfadada, molesta, incómoda. Y eso no parece importarle a mi instinto, que
siempre te busca. Y te encuentra.
En FB —cada
vez más importante, sino esencial, para éstas preocupaciones— quiero evitar
visitar tu perfil, fijarme en tus actividades: qué frases te emocionan, con
quién te haces fotos, qué palabras llaman tu atención y, un tanto stalker, cada Me gusta que te dedican, cada comentario que hacen a tus
publicaciones, ¡a tus fotos! Tengo la necesidad —no es simple curiosidad— de
averiguar quién ése cabrón que le da Me
gusta y que comenta tus estados y tus fotos, que comparte las imágenes con
textos positivos que tú publicas. Quiero saber cómo es, si realmente representa
una amenaza. Si de verdad tiene sentido ésta angustia que me ataca.
Tus amigos ya
no tienen más detalles con los que distraer mi interés por ti; incluso algunos,
ya hartos, me animan a hablar contigo, demostrar mis intenciones y empezar a
construir algo entre tú y yo. Y la parte que solo te conoce, se extraña de la
curiosidad que no puedo disimular, de las caras totalmente expresivas o de lo desinteresado
que quiero parecer cuando hablan de ti, cuando de pura casualidad te nombran.
Y así te voy
construyendo dentro de mi cabeza, detalle a detalle y a base de miedo,
inseguridad y timidez. Porque simplemente no puedo acercarme a ti y
preguntártelo directamente. ¿Y tú por qué diablos me gustas?
miércoles, 18 de febrero de 2015
Cuando tengas treinta.
Así te imagino cuando te aproximes a los treinta. Aniñada.
Súper pija. Muy risueña. Todavía rica, con tu cuerpo de herencia mulata. De pompis —mis pompis como solías llamarlas—, latinas, no muy exageradas,
perfectas. Sonrisa amplia y fácil. Labios gordos y carnosos, mulatos y
sensuales. Características físicas a las que el tiempo habrá restado juventud,
pero no inmortalidad.
Te imagino exagerada, sin poder
modular muy bien tu voz demasiado aguda, que te hará parecer dramática
(preocupada) y enervará al personal; lo que sin duda, como ahora, intentarás
contrarrestar con tu muy buena educación, con tus buenas maneras y la
predisposición dulce para ayudar a la gente y resaltar sus virtudes físicas
—eres tan física, pues.
Creo verte vestida siempre tan
adecuada y oportuna y correcta. La mejor en la playa. La mejor en el trabajo de
oficina. La mejor en las diligencias, en los bancos. La mejor en casa, en la
cama. Siempre muy sensual, exagerada o sutil.
No tendrás hijos, estoy seguro.
Te hará compañía uno o quizás dos perros. De pedigrí, por supuesto. De esas
razas pequeñas a las que las mujeres cuidan como un peluche de la infancia y la
adolescencia.
La gente te seguirá admirando. Te
envidiarán también, por qué no. No se imaginarán ninguna cicatriz en el alma y
en el corazón, ningún sábado de desencanto y vómito. Te creerán de manera
equivocada, en parte.
Y yo, muy bien, me podría
imaginar contigo, menos próximo a los treinta. Como éste man que acompaña a la tía ésta que no dejo de mirar. Que me recuerda
a ti. Que me hace pensarte. En un barco de recreo, de vuelta al continente,
luego de unos días de soledad, películas y textos en un isla del Pacífico ecuatoriano.
Como ella te imagino, con una
mirada y una sonrisa dedicadas.
miércoles, 11 de febrero de 2015
Mientras Ella lo sujeta por la corbata.
Y mientras Ella lo sujeta por la corbata y lo besa con fuerza, mordiéndole los labios, Él no se explica cómo se dejó convencer para vestir éste traje horrible e incómodo, y asistir a una boda. Con lo que odia los trajes, y sobre todo tragarse una boda entera. La espera en la Iglesia y el paseíto de la novia hasta el altar. La ceremonia y los votos. El arroz y los buenos deseos. El banquete y el guateque.
*
Él es consciente de que ha bebido tanto como para aguantar toda la noche y cobrarse una buena recompensa, y Ella también. Con una mano se mantiene asida de la corbata y la otra la deja libre sobre el bulto apretado que ha formado el pantalón. Continúa besándolo de manera agitada, acelerando las respiraciones de ambos, tanto que obligan al taxista a lanzar una mirada por el retrovisor y a carraspear para interrumpirlos. Inmediatamente se separa de sus labios y le ajusta el nudo de la corbata y la chaqueta del traje.
*
Ella le arrebata las llaves y sube las escaleras hasta el departamento. Luciendo sus piernas tersas. Levantando mínimamente sus pompis y descubriendo un culotte de color negro. Él la atropella, la empuja con fuerza contra la puerta, antes de que termine de introducir la llave en la cerradura. Y Ella se deja hacer. Van a saltar los botones de la cremallera. Contra el cuerpo de Ella.
*
Él estira el brazo para cortar la enésima llamada insistente de su madre, y la despierta. Ella le da el último mordisco alrededor del pezón izquierdo con el que termina de marcar todo su pecho. Son las once menos cuarto. Pronto te empezaran a buscar. Creo que a ti primero le replica Ella, contestando el celular y colocándolo en la oreja del hijo desconsiderado.
Vale, que sí. Ya voy al banco. No lo olvidaré. Depositar trescientos en la cuenta del Pichincha y enviarte el cheque. Sí, ya salgo ahora le responde a su madre, bastante estresado, a la vez que Ella juega, primero con sus manos y luego con su boca.
—¡¿Que?! ¡No! Yo quiero más. Mi madre me ha estresado muchísimo.
—No. Si le has dicho que ya vas es porque ya vas. A lo mejor después nos da tiempo a desayunar en un Tutto.
*
Llegan a casa y Ella tiene preparado un vídeo con las palabras de un juez de matrimonios. Todo, con las pausas del juez para esperar los sí quiero. Después, al final del polvo que sella su compromiso, Él, mirando hacia el techo cae en que su pausa fue un poco más extensa y eso le inquieta. Se gira y antes de que pueda decir nada, Ella despeja sus dudas con un beso.
lunes, 2 de febrero de 2015
Un puto zombie.
Cuál es mi parte, si no estás tú. ¿Con qué parte de mi
cabeza me quedo yo? ¿Con qué parte de mi corazón, —por muy cursi que te suene,
ahora que no te importo—, me quedo yo? Pareceré un zombie a partir de ahora, caminando por ahí, yendo a fiestas, tan
solo con una mitad de mi cuerpo. ¿Cuál vas a dejar conmigo?
¿Quién me hará ver las películas más insustanciales, cuando
quiera parecer pretencioso? ¿Quién intentará hacerme ese latino, pijo —aniñado—,
que debería ser? ¿Quién me ayudará a sobrellevar mejor la vida en la Tierra,
rodeado de gente? ¿Quién diablos interrumpirá mi lectura insomne con un polvo
de antología? ¿Quién se hartará de decirme que me compre un smartphone para poder comunicarse conmigo
a todas horas? ¿A quién obligaré a llamarme, enviarme SMSs y ser tan analógica
todavía?
¿Me vas a recordar? Eso sería una pequeña victoria. La
derrota total es ir a clases y vivir domingos sin tu inspiración. ¿Le contarás
a alguien, alguna vez, algún día, que tuviste un novio cultureta, de gustos raros, medio majareta? ¿Realmente fuimos
novios? ¡¿Qué puctas fuimos?!
Nos vamos a matar, nena, eso está claro. No quedará nada de
lo que fuimos alguna vez. Nada.
lunes, 26 de enero de 2015
Es una cuencana hermosa.
Te atrapa entre
párpado y párpado, no puedes dejar de mirarla. Es guapa, dulce y perfecta. No
presenta ningún rasgo físico ni en su carácter que te desagrade. Te gusta, no
lo puedes negar.
No terminas de explicarte la ceguera emocional que ha impedido fijarte
en Ella durante todo el tiempo que la conoces, hasta ahora. Acabas, recién, de
darte cuenta de cuánto te atrae, de todos esos detalles que descubres únicos y
especiales entre la multitud.
La vez caminar y admiras su cuerpo al completo: justo, preciso, sin
exageración. La altura que no te impedirá —imaginas, cuando lo consigas—,
besarla y amarla correctamente; y sus formas redondeadas que no se ven muy a
menudo en sus coterráneas y que tampoco rayan el exceso como sucede en sus
similares de la costa ecuatoriana. Es una cuencana hermosa.
Siempre supiste que era dulce y atenta, pero recién ahora caes en cuenta
de todas aquellas veces que lo fue contigo de manera especial, y más, justo
ahora, capta tu atención su personalidad tan encantadora. Tan cegato y estúpido eras —eres.
La amas desde ya, porque no quieres perder el tiempo que te costaría
amarla.
domingo, 4 de enero de 2015
Duda, el muy desgraciado.
Duda. Cada vez que vuelve se pregunta cómo sería todo si hubiera continuado, si nunca hubiera cometido el error de llamarla para terminar todo, si definitivamente hubiera decidido amarla y dejarse amar —querer y cuidar—, y por último, hacer oficial algo que todo su entorno sospechaba, y darle la razón a la madre de ella y decepcionar a la suya con un matrimonio más que conveniente en términos sentimentales. ¡¿Cómo diablos sería todo?!
Alguna vez la ve y muchas veces en la ciudad donde estudia, a solas en su apartamento de universitario, visita el perfil que ella tiene en FB. Le puede la nostalgia: viendo las fotos, la recuerda tan perfecta como era —desnuda, paseando por la casa que tenían sus padres en una buena urbanización—. Y una vez que tan solo un recuerdo llega a su mente, llegan todos. La lectura insomne que le dedicaba con su dicción terrible. Las escapadas a la playa y a los campos que rodean la ciudad. Los mensajes de texto, las notas y los pequeños regalos que su secretaria llevaba y traía. El más mínimo detalle que la hacía —y la hace— única e irrepetible, en cuanto a historia.
Duda. No sabe si todavía, después de tres años, tiene el derecho de buscarla y volverle a decir, porque es verdad, que nadie lo cuida como lo hacía ella, que los días más tristes aún le hacen bien las palabras que guarda en la bandeja de entrada. Duda, el muy desgraciado.
Alguna vez la ve y muchas veces en la ciudad donde estudia, a solas en su apartamento de universitario, visita el perfil que ella tiene en FB. Le puede la nostalgia: viendo las fotos, la recuerda tan perfecta como era —desnuda, paseando por la casa que tenían sus padres en una buena urbanización—. Y una vez que tan solo un recuerdo llega a su mente, llegan todos. La lectura insomne que le dedicaba con su dicción terrible. Las escapadas a la playa y a los campos que rodean la ciudad. Los mensajes de texto, las notas y los pequeños regalos que su secretaria llevaba y traía. El más mínimo detalle que la hacía —y la hace— única e irrepetible, en cuanto a historia.
Duda. No sabe si todavía, después de tres años, tiene el derecho de buscarla y volverle a decir, porque es verdad, que nadie lo cuida como lo hacía ella, que los días más tristes aún le hacen bien las palabras que guarda en la bandeja de entrada. Duda, el muy desgraciado.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)