Chirísimo. Ni para acolitar y sacar una tocha donde la vecina. Ni para un pitillo a tres bandas. Ni para unas patatas fritas, muy grasientas, en el chongo-bar. Ni para el bus de vuelta a casa, o el taxi de vuelta a casa, ahora que llevan taxímetro y el precio de la carrera se supone más barato, más justo. Y mucho menos, tengo dinero para los placeres caros que solía costearme. Un par de Camels de importación, quiero creer, con un par de panas, justo en el centro de la ciudad. La invitación tonta a una niña tonta, a beber algo en una cafetería refinada, muy cara y muy luminosa. Con la esperanza tonta de darle mal. El Jager que comprábamos a un contrabandista para beber las noches frías en las que queríamos calor de las costeñas. ¡El energizante y el cigarrillo puntual en la mañana! Tan necesario todo.
jueves, 13 de noviembre de 2014
Chiro.
Chirísimo. Ni para acolitar y sacar una tocha donde la vecina. Ni para un pitillo a tres bandas. Ni para unas patatas fritas, muy grasientas, en el chongo-bar. Ni para el bus de vuelta a casa, o el taxi de vuelta a casa, ahora que llevan taxímetro y el precio de la carrera se supone más barato, más justo. Y mucho menos, tengo dinero para los placeres caros que solía costearme. Un par de Camels de importación, quiero creer, con un par de panas, justo en el centro de la ciudad. La invitación tonta a una niña tonta, a beber algo en una cafetería refinada, muy cara y muy luminosa. Con la esperanza tonta de darle mal. El Jager que comprábamos a un contrabandista para beber las noches frías en las que queríamos calor de las costeñas. ¡El energizante y el cigarrillo puntual en la mañana! Tan necesario todo.
miércoles, 29 de octubre de 2014
Diablahhh.
Está tan aburrido que cualquier tía le parece una opción. Desde la que escucha reggaetón y éste viernes, igual que él, no salió a recorrer la ciudad; hasta la intelectualoide que no se pierde una de todas las representaciones teatrales, muy infumables, que se hacen por aquí. Desde la insustancial enamoradiza que quiere vivir un romance de comedia romántica gringa; hasta la más indie que prefiere el mismo tipo de películas, con enredos y presentación supuestamente mejores. Desde la tipa más tranquila, muy zanahoria, que no sale nunca a la ciudad, pasando por la muy tapada, que se dice niña de casa, muy casera, y que aprovecha la mínima salida para ofrecerse y conseguir algo; hasta las descarada, muy sincera, que no tiene problema con descubrirse muy independiente y que cada finde sale, bebe un poco y no deja escapar la oportunidad de hacerse con cualquier tipo que despierte mínimamente su interés. El tipo de chica que lo tiene todo muy claro. ¡Ésa! Ésa es la man. La diablahhh.
lunes, 20 de octubre de 2014
Para que me quieras tan estúpido.
Un tabaquito, por favor. Luego de follar, por mucho que te moleste, te corte el rollo y termine de desengañarte. Mientras paseo por tu casa y el humo te desdibuja la sonrisa que te provocan las tonterías que te digo. En la terraza del departamento que compartes con malas universitarias, para dejar el rastro del Marlboro en las braguitas de todas vosotras, y las tuyas principalmente. En la cocina, cuando tú preparas cangrejos y demás mariscos o cuando yo te preparo algo de comida española. ¡Después de dar buena cuenta de nuestros platos! Acodado en la ventana de tu habitación, un domingo tan triste como todos, pensando en que pronto la voy a joder más contigo y me dejarás porque ya no te haré más gracia. Para inspirarme y explicarte una de las películas que casi te obligo a ver, para construir una bonita escena. Para alejarte un poco y por fin leer sabiendo tu presencia cercana. Para seguir escribiéndote notas tan estúpidas, que dejo en los bolsillos de tus jeans como un billete que habías dado por perdido. Para que me quieras tan estúpido, amazona mía.
[Me tendrías que haber permitido fumar.]
jueves, 25 de septiembre de 2014
Domingos tristes.
Y ya no sé si me pongo triste los domingos, sobre todo por las tardes, porque realmente los domingos son tristes o por pura costumbre. Llevo desde los cinco años, sentado frente a mi casa sin puertas, en un pueblito de la costa ecuatoriana, esperando a que llegue mi padre biológico a rescatarme de la pobreza y la puta tristeza. Aunque creo haberle dicho a mi padre, la noche que cumplí dieciocho años, que en mi jodida vida lo volvería a esperar, que ya se podía ir a la mierda con toda la figura que me faltó en mi infancia. Que a estas alturas, lo único que necesitaba de él era dinero. Y lo sigo manteniendo, pese a que muchas veces me cueste y me duela decir Acompáñame a retirar el giro de 100 dólares que me envía mi padre biológico. Digo biológico recalcándolo, como si quisiera curar toda la desesperanza con una palabra. Como tomando distancia de todas las obligaciones para con él, que se que me esperan en mi vida adulta. De ahí también deriva mi miedo a ser esposo de, padre de —sí, ya sé que no me debería preocupar todavía. Las puertas que cierran los padres casi siempre le pillan todos los dedos a los hijos. Así es que siento su gran maldición sobre mi destino y creo no equivocarme. Igual que él, no soy de ningún lado, abandoné a los amigos en un par de países y siempre quiero estar en tránsito, pensando Cuando acabe ésto me voy a mudar a otro país. Igual que él, salí de mi casa a los dieciocho y me encontré con mi peor versión. La jodí, caí en los excesos. Y así muchos más ejemplos, que me atemorizan y sé que me sucederán. La enfermedad. El destierro. La soledad absoluta. La incapacidad de resolver la vida cotidiana, nadar y no dejarme llevar por la corriente.
martes, 16 de septiembre de 2014
No es mi culpa.
No es mi culpa, Nena. No es mi culpa que me sucedan días entre semana muy etílicos, que al amigo de turno le invadan unas ganas tremendas, nazis, de beberse la ciudad. Tampoco tengo ninguna responsabilidad en que otro amigo, o el mismo amigo capaz, sienta en sus carnes que la semana avanzó hasta el jueves, viernes o sábado, y sienta igual la obligación de celebrarlo. De celebrar que la Tierra todavía gira, supongo. No tengo ninguno poder de acción, él/ella/ellos me invitan y yo simplemente me dejo invitar y llevar. Sé que necesitan a un borracho como yo allí, a un tipo medio gracioso, a un tipo medio inteligente, a un tipo medio normal. Es una necesidad y una obligación, también. No puedo faltar. Me encuentran de repente en la facultad (de Medicina, ni más ni menos) y me arrastran. De repente ven que aparezco en el chat de FB y de una me escriben para extenderme su invitación, y buenos deseos, claro. Y yo pocas veces —casi nunca, la verdad —, me niego. Es muy difícil para mí hacerlo. Provengo, y tú lo sabes muy bien, de una casta de buenos bebedores. De bebedores bravos y muy losers. Incapaces de llevar una vida ordenada y fructífera. Que pierden, siempre. Como te pierdo yo ahora.
martes, 9 de septiembre de 2014
Un médico no debe fumar.
Un médico no debe fumar. No debería fumar. No puede fumar. Todas las frases que obligan a un futuro doctor a no iniciarse en el mal hábito o a dejarlo inmediatamente al empezar la carrera o justo antes de terminarla, revolotean en mi cabeza cuando a las dos de la mañana de un día recién jueves fumo un Marlboro mentolado que el interno de Cirugía guardaba, y desciende un matrimonio de un Tucson preguntando por Emergencias, lo que nos obliga inmediatamente a desprendernos de los cigarrillos e ingresar al hospital, prestos a brindar a atención. Y a hacer frente a las caras de reprobación y asco, incluso las arcadas, de los pacientes que nos esperan.
Antes de iniciar el primer año, durante la semana de preparación con la que nos alecciona la universidad, el neumólogo de la facultad, quien más tarde sería nuestro profesor de Biología y Neumología, dictaba un curso rápido sobre técnicas de estudio a la vez que nos aconsejaba y contaba lo que realmente significa ser médico. Para él. Un médico no tiene solamente que serlo, tiene que parecerlo —recuerdo que fueron sus palabras exactas para luego continuar, más o menos—. Ustedes no pueden vestir ni peinarse de cualquier manera. No pueden tener malos hábitos. Sería bastante decepcionante verlos bebiendo o fumando cerca de la facultad, en los bares que hay por aquí.
La paciente con una infección de tracto urinario, de veinte años de edad, que espera a que el analgésico le haga efecto en la camilla número de 1 de la sala de emergencias quirúrgicas, siente náuseas e incluso se acerca hasta uno de los botes de desechos para vomitar casi nada, apenas cincuenta centímetros cúbicos aproximadamente, de color claro, si acaso bilioso, cuando pasamos cerca de ella y percibe el olor bastante fuerte de los cigarrillos impregnado en nuestras batas blancas. Es que el olor a tabaco me provoca náuseas —se queja la paciente—. Y el señor de mediana edad, con antecedentes personales y familiares de litiasis renal, que refiere dolor en región lumbar izquierda de tipo cólico desde hace cinco horas, además de náuseas y vómito por dos ocasiones... pues éste señor simplemente quiere que le den algo para que le calme el dolor y poco le importa si fumamos o no. Si fuera de la facultad y en los bares que hay en los alrededores, damos buena cuenta de los tubitos de nicotina y cáncer. Si los acompañamos con una cerveza, un Zhumir o un buen Whisky. Si parecemos o no buenos médicos. Solo quieren que le alivien del mal que le aqueja. Simplemente.
martes, 2 de septiembre de 2014
Esto es una puta mierda.
Suena la primera canción de Reggaeton y decide que ya es momento de ir a otro lugar, y resume su desencanto.
—Vámonos, ésto es una puta mierda —dice para todos y lanza el cigarrillo a medio terminar.
—Aguanta, Español. No te gustan las peladas o qué... Ni en broma nos vamos. Y menos a jalar y beber cola nada más. —le dice uno de sus amigos, uno de los pocos que tiene por éstas tierras.
—Bueno, como quieran, pero yo me voy. Así que ¡hala, a cascarla! —y los parlantes lanzan para toda la concurrencia y todas las esquinas de la sala Mami yo te veo ahí con tus amigas. Realmente infumable, insoportable, lo último.
El taxista lo analiza, queriendo establecer una conversación nimia sobre los detalles más irrelevantes de la ciudad y el día que ya casi termina.
—¡Cómo llovió hoy, joven! Tendría que haber visto el tráfico, un caos... ¿Y ya se aburrió de la fiesta? Eso está bien, mejor que se vaya pronto a su casa. —comenta, pregunta y se responde a sí mismo.
—Sí, por favor para dos cuadras antes, en la tienda de la gasolinera.
Y luego, al enfilar la última calle antes de llegar a su casa, con la Coca-cola y el Red Bull en la funda negra, se pregunta si Ella querrá venir a su depa.
Jala una línea pequeña, una solamente, y se sienta en el sofá grande de la sala, con los pies apoyados en la mesa de centro, cuidando de no tirarlo todo: el refresco, el energizante, el espejito y el canuto de metal. Se recuesta y habla por teléfono, pese a lo poco que le gusta.
—Dale, nena, ven a mi depa... No hay problema, también pueden venir tus amigas. Incluso tus amigos... De verdad, tengo muchas ganas de verte... Dale, sí.
sábado, 19 de julio de 2014
Todavía tú.
Porque, ¡maldita sea!, todavía te pienso. Entro a uno de esos tantos bares para niños, supuestamente bien, y entre la gente que sale casi te puedo ver: nívea, morenaza y rolliza. Me siento totalmente solo en una cafetería refinada de la ciudad y puedo imaginarnos, nena: todavía risueños, todavía mentirosos, mediando sendos mocaccinos mientras yo te miento más y tú me crees menos, mientras tú me mientes más y yo te creo aún más. Camino por La Calle Larga, cabizbajo, como pateando latas, y si levanto la mirada, los cristales de los comercios y de los bares, te devuelven a mi lado: hablando, cantando y gritando ese acento cuencano que en ti resultaba encantador. ¡Hasta el río sucio, los días de sol, te devuelve junto a mí! Pero todo eso es imaginación, nostalgia y dolor: estupidez total. La tía ésta, que lleva más de media hora escuchando mis tonterías, no se parece en nada a ti. No estás en la discoteca para capullos cuencanos a la que me dejé arrastrar. Por mucho que parpadee, la imagen que flota en la copa de champagne no opaca el rostro de ésta tía. Por mucho que lo intente, lo sé, en el taxi hasta mi casa, te seguiré pensando pese a la música horrible de la radio y a la conversación forzada del taxista. Por mucho que lo intente, todavía tú.
lunes, 7 de julio de 2014
Te voy a picar muy fina en líneas
largas y níveas, te voy a jalar y te voy a olvidar. Voy a recluirme todo un fin
de semana con los amigos del mal, que teniendo en cuenta el lugar y las
circunstancias, son mis únicos amigos. Vamos a llamar a El Negro para que nos
provea del mejor producto de nuestra Sudamérica, y luego de la respectiva
rebaja para los panas y consumidores
asiduos, compraremos. Un gramo será insuficiente, dos gramos casi excederán
nuestro presupuesto y tres gramos completaremos con los pases de cortesía que
siempre ofrece nuestro dealer
preferido para comprobar que la coca es la misma. Y nos parecerá suficiente,
aunque cualquiera de nosotros, a mitad de la madrugada, pida un taxi hasta un
cajero para retirar veinticinco dólares y conseguir el último gramo de la
noche.
Sucederán entre jale y jale, la
conversación que intentaré hacer trascendente con cierta chica, la sorpresa y
la mojigatería estúpida de las peladas que se escandalizan por un polvito de
nada, los sorbos cortos a la mezcla de Jager y Monster y los tragos largos a la
Coca-Cola bien fría, el recuento y la vigilancia preocupados para evitar que
alguien se pase de cabrón y jale más de la cuenta.
Y al final de la noche, ya en la
madrugada, con toda la energía del mundo, luego de hablarle sobre escritores, directores
de cine, libros y películas, cierta chica aflojará, como aflojarán las mojigatas
cuencanas que escucharán a mis panas. Y ésta tía, capaz igual que tú, no tendrá
la más mínima idea sobre nada de lo que le hablaré, e igual que tú, sospechará que
hay algo en mí, medio turbio e interesante, por descubrir.
martes, 3 de junio de 2014
Dios me persigue.
Mis padres
llegaron a Ecuador y se hicieron cristianos, específicamente se unieron a la Misión Carismática Internacional. Por influencia de la
familia de mi padrastro, a todos en mi casa les invadió una fe que nunca antes
habían profesado. Que si retiros espirituales en sitios lejanos. Que si rezos.
Que si ayunos. Que si cultos jueves por la noche, escuela de liderazgo los
viernes y culto otra vez el domingo en la mañana. Todos se apuntaron, excepto
yo. Y eso que lo intentaron conmigo. Incluso a traición. Un domingo me dijeron
que me lavara la cara, que me vistiera bien: que nos íbamos a desayunar a un
restaurante. Pero no fuimos a un restaurante, sino a un polideportivo lleno de
gente. Que parecía feliz. Que cantaba. Que levantaba los brazos y oraba y
llegaba a tener verdaderos contactos con Dios. Lo que me enfadó y me obligó a
coger el primer taxi a la vista para llegar a casa, ir a la piscina y ver el
sol gigante detrás de las palmeras. Al fin tranquilo y relajado. Pero siguieron
insistiendo tantas veces que al final me resigné y asistí a un culto. Un
domingo por la mañana, claro. Con la mala noche a cuestas y el estrés de tener
que viajar después a la ciudad donde estudio. A pesar de todo fui de buena
voluntad y lo que me encontré me asustó tanto como la anterior vez. La misma
gente extraña. Con más gente extraña controlándolos. Distribuidos de manera estratégica varias
personas vestidas de blanco se aseguraban de que nadie se distrajera de lo que
la pastora predicaba en el escenario. A un tipo le sonó el móvil y un
controlador se acercó, le dijo algo al oído y creo que el feligrés desarmó el
teléfono ahí mismo, imagino, porque la verdad me pareció muy terrorífica la
escena y miré para otro lado. Los compañeros del tipo que reprendía al oído, al
final de la celebración, repartieron sobres entre el público para que los
llenaran con el diezmo. ¡Había gente incluso firmando cheques! Terrorífico.
Nunca más me dejé arrastrar. Pero están por todas partes. En todos los lugares
te encuentras gente repitiendo las mismas oraciones, las mismas frases de los
DVDs con las prédicas. Citando versos, versículos, capítulos enteros de la Biblia... Mis padres
me acaban de alquilar un nuevo departamento y en el piso de abajo vive una
pareja cristiana. Cada vez que intento escuchar algo de música, conectando la
laptop al plasma, para que suene por toda la casa y me permita bailar en
cualquier habitación: mis vecinos ponen un disco de música religiosa. Baladas.
Bachatas. Salsa. Rock. Pop. Música que habla de Dios, de lo grande que es y de
lo que tiene preparado para nosotros. A mucho más volumen de lo que aguanta mi
plasma. O del que puedo aguantar yo. Que al final me haré cristiano y pagaré mi
diezmo puntualmente cada mes.
sábado, 15 de marzo de 2014
Es GRUNGE.
Le queda bien el pantalón de su chándal Adidas, dibuja bien las curvas de su culo mínimo, latino. Es impresionante como incide la luz en sus piernas, que no cubre por completo su gabardina. Su inocencia y su candidez desaparecen por momentos, si no piensa más allá y solo ve sus botas de trekking y su camiseta gigantesca de Nirvana, sin nada más que la vista. Es GRUNGE. Es como esa groupie que se follaron integrantes de Soundgarden, Pearl Jam, Alice in Chains. Y que ahora Él se folla. La situación se torna totalmente cinéfila cuando Ella se prueba cada una de sus camisas a cuadros y Él solo puede pensar que si ésas escenas funcionan para la mayoría de la gente, no es tan grave que lo emocionen. No está seguro de si hay alguna camisa que Ella no ha vestido. Quizás la de cuadros blancos, grises y naranjas. No, si no recuerda mal ésa la perdió en un paseo a la finca de no sabe quién. Ella reaparece en su campo de visión y lo rescata de sus pensamientos. Viste únicamente uno de sus bóxers holgados, también a cuadros. Uno de ésos que enervan a su madre porque dice que son como de jubilado. No debe pensar justo en ése momento en su madre —se reprende. Ella permanece frente a Él. De perfil. Con la mirada vuelta hacia Él. Mirándolo sin ninguna intención aparente. Como en esas fotos de Corinne Day. Sonríe y Ella le devuelve la sonrisa. Toma aire y vuelve a sentir todas las sustancias de la noche anterior. Piensa que a todo el mundo le deberían rebajar la resaca así. La quiere.
domingo, 2 de marzo de 2014
Las estaciones de bus en Ecuador son muy Folk.
Las estaciones de bus en Ecuador son muy Folk. Son las ocho de la noche de un miércoles. Viajo a Cuenca desde Machala. En la sala de espera, esparcidas por aquí y por allá varios sacos y canastos que una chola (indígena) vigila desde una butaca. En la fila de atrás, dos ladrones que no han comprado ni comprarán un billete para abordar un autobús, calculan el posible botín a la vez que hablan lascivamente a las dos costeñas que al día siguiente tienen clase en una universidad privada. Colgada en la pared de enfrente, la TV suena muy alto y lanza un programa de producción nacional que como todos, reafirma los estereotipos ecuatorianos. Que si el costeño, que si el guayaco (guayaquileño), que si el serrano, que si la mona (costeña) rica y exuberante, que si el marido mandarina (sumiso). Todos los estereotipos, sin olvidar alguno. Tan Folk que no falta el anciano pobre y cojo que recorre cada butaca ocupada con su cajita de caramelos, chupetes y cigarrillos de cinco, diez y veinticinco centavos. Ni tampoco el niño que no ofrece nada en absoluto y reclama la atención y cualquier moneda con su mano extendida, machada y llena de mierda. En cualquier momento, van a volar gallinas como en toda película gringa que muestra centro y sudamérica. Luego algún sombrerudo con un machete y con un revólver en el cinto, se acercará al mostrador de las encomiendas y enviará a su familiar en Cuenca, un racimo de bananas machaleñas, de las mejores del mundo. Finalmente, antes de que suba al bus, una familia completa irrumpirá en la estación y uno de sus integrantes cargará en sus brazos una cría de cerdo, tranquila, curiosa y tan blanca y pulcra, pese a todo. Y la familia al completo se dispondrá a abordar el mismo autocar que yo. Folk!
jueves, 13 de febrero de 2014
Dar una serenata, un "sereno".
En el mes del amor y la amistad. Pues éso, amor y amistad. Frungir. Follar. Hacer el amor. ¡Hacer ecuatorianitos! Flores, chocolates, un osito de peluche. Capaz una serenata, un sereno a las veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos del día trece o a las cero horas y un minuto del día D. Capaz también hasta una cena romántica. Y terminar de convencer a la tipa para que afloje. Piensan Ellos. Que ya coordinaron con sus amigos todo lo necesario. Los coches. Las guitarras. Las voces. Y el traguito. Planean cantar en cada una de las puertas y entre casa y casa, pegarse un Ron o un Zhumir, un Whisky o un Jager. Están animados. Realmente animados. El que lleva muchos meses con la tía, no va a perder y sí ganar mucho. Ella se reenamorará. El que recién empieza o quiere empezar, ésta noche se la juega. Ha preparado todo y todavía las dudas lo atormentan. Existe la posibilidad de que Ella apenas abra la puerta de puro compromiso y por no humillarlo frente a sus amigos, puede que hasta lo bese. O puede que lo rechace irremediablemente y envié a su hermano/a a decirle que deje de hacer el payaso. O que le deje hacer y nunca salga. ¡Horrible! Pon un trago. ¡Salud! Y a la siguiente casa. Que los rosas se marchitan, el chocolate se derrite y los peluches toman el olor de la noche. Y está el que acolita (ayuda), el pana (amigo), que quiere beber y recordar. Hacer memoria de los últimos amores y beber. Darse al alcohol simplemente. Intentar dar una buena nota en ésas latas que se cantan. Suspirar con las buenas escenas de la noche y reírse muy cruel de los rechazos. Van a poblar Cuenca luego de las cero horas del día Jueves. Ya el 14 de Febrero.
domingo, 9 de febrero de 2014
La Colombiana.
La colombiana rica. Que no tiene idea de libros, rock ni poesía. Y si de algo en concreto. Sabe pasear su culo con verdadero talento. Ya le han pedido matrimonio dos veces y en ambas ocasiones ha dicho que no.
El dueño de la cafetería donde trabaja parece que no termina de conocer ése rabo. La ve llevando bandejas con tacitas de café, cervezas importadas y caras y sánduches realmente deliciosos; y no aparta la vista de la licra ajustada a ése pompi. Podría decir de qué esta compuesto el poliéster de tanto mirar la prenda mínima.
-¿Qué lees? —me pregunta, en un momento de calma, después de haber atendido las mesas que le corresponden. Interrumpiendo la voz de Holden que suena en mi cabeza y son las primeras líneas de The Catcher in the Rye, el libro que encargué hace dos semanas y recién éste sábado cálido retiro.
-¿Te lo acabas de comprar, verdad? En ésa tienda de libros que hay en unas cuadras… No recuerdo como se llama. —me vuelve a preguntar y no me deja concentrar en la lectura. Así que asiento, la miro directamente a los ojos y los descubro oscuros, con cierto brillo pícaro y sobretodo, curiosos.
Hace rato que vi su rabo por primera vez y aunque está frente a mí, puedo dibujarlo en mi mente y pensar que a lo mejor estaría bien ser amable, olvidar el libro por un rato, igual ya lo leí dos veces, y conversar con ella.
-Tu jefe te tiene un hambre terrible, deberías darle una probadita. —intento parecer el machito costeño que debería ser de haber vivido más tiempo en Ecuador. Sonrío, espero que no se enfade, pero la verdad es que no me sale nada más. Y qué diablos, quiero ser sincero. No la conozco y al parecer, Ella está interesada en conocerme. O al menos, en olvidar por un rato que la mirada de su jefe sigue ahí, clavada ahí.
-Ése hijuepucta no sabría que hacer con esto —también ríe y no se señala el culo ni hace gestos grotescos. Sólo ríe. —Aquí solo los gringos se sientan a leer. Es raro ver a los cuencanos leyendo algo. Así como tú, con un cafecito… Se te está enfriando.
Así que era eso, pienso, solo soy un tipo que lee y por eso es raro y despierta la curiosidad de ésta colombianita tan rica, que de tan buena que está dan ganas de pedirle matrimonio y darle duro hasta agotar ése culo.
domingo, 2 de febrero de 2014
¡Mi reino por un tabaco!
¡Mi reino por un tabaco! Cada vez que visito a mis padres lo paso bastante mal. Las ganas de fumar me torturan. Me levanto en la mañana y lo primero que quiero hacer es salir al patio y poder encender un Marlboro rojo y dar una buena calada, que acabe con el cigarrillo de una vez, sin preámbulos. Pero no puedo. Quisiera acabar de comer, al medio día, esos mariscos tan ricos, que cada vez que vengo hay en la casa de mis padres, comer hasta casi reventar, y terminar del mejor modo, con un cigarrillo entre los labios y entre los dedos. Pero tampoco puedo. Terminaría bien el día si luego de ver el sol descender, al final del potrero y detrás de los algarrobos, cenara y fumara, ¡tan solo uno! Sin embargo, todo eso es imposible. No puedo envenenarme con la libertad que acostumbro. Para mis padres ya dejé de fumar. Bueno, para mi madre que es la más preocupada y la que todo quiere controlar. Ella cree, creo yo, que ya no fumo. La verdad es otra. Consumo entre diez a seis Marlboros rojos al día; veinte las noches de farra y casi cuarenta, imagino, los días y los domingos de tristeza. Me jodo a mí mismo a base de bien. Fumo con auténtica pasión. Medito bien cada pitada. La disfruto. Me inspira en el transcurrir diario de la vida. Me resta aliento a la vez que me lo da, pese a no ser en la misma proporción, lamentablemente. Mis pulmones ennegrecen y mis dientes y mis uñas amarillean. Como en blanco y negro y en sepia. Es la muerte prematura. Y quiero morir un poco siempre. Quiero fumar siempre. Sin que nadie me joda el placer efímero de la nicotina. Sin que nadie prolongue la ansiedad previa a un pitillo. Sin que nadie me prohíba fumar. Sin carteles de Prohíbido Fumar y Fumar Mata.
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